ESTE BARCO NO SE HUNDE

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Escrito por Daniel Pardo
Fotos por Juan Daniel Taboada

Los canales de Londres son un secreto que la ciudad ha sabido guardar. Son tranquilos, bonitos, acogedores, y, por increíble que pueda sonar, esta es la hora en que no han sido invadidos por vendedores de postales y grupos de alemanes en su tercera edad, que recorren la ciudad con las ambiciones monopolísticas del turista. Nada de eso. Los canales de Londres siguen intactos, quizá porque sus habitantes no han dejado que se prostituyan, quizá porque los turistas no tienen buen gusto, quizá porque las guías todavía no los recomiendan. Cualquiera que sea la razón, las personas y el ambiente que se ven en los canales de la gran capital son propios de la misma, la conocen bien y la tratan como suya. Tal vez no hayan nacido acá, como la mayoría, pero seguro sí la conocen como oriundos; y la viven y la sienten cual nativo que trata su tierra con sutileza y cariño.

Así son los canales. Frecuentados por gente cogida de la mano, mascotas y sanducherías. Habitados por barbudos de pipa en boca, decorados con parques y puentes, ambientados con Bob Dylan o Van Morrison. Forrados en hojas, acompañados de arquitectura residencial de lujo, diseñados con pluma.

Ahora hablemos de las librerías en Londres. En general, curadas, únicas, especializadas. Bookmarks, por ejemplo, es una librería que solo vende libros sobre izquierda: desde Marx hasta recetas de cocina soviética. Atlantis Bookshop existe hace cien años y solo vende libros sobre brujería, paganismo, chamanismo y demás temas afines a un oscuro y telañaroso establecimiento en pleno centro de la ciudad. En R D Franks es posible encontrar la última edición de una revista de moda pakistaní, así como una holandesa o una brasileña. Gosh! es para comics. En Grant & Cutler se encuentra casi todo, menos libros en inglés. En Persephone Books le hacen portadas originales a los libros, que diseñan los dueños de la tienda. Para góticos, sadomasoquitas, banqueros y colombianos: en Londres hay una tienda de libros para cada idiosincracia que le ha dado al hombre por tener. Y de ahí nace un problema: si uno quiere poner una librería, ¿cómo hacer para ser novedoso, si acá ya existe todo?

Ahora hablemos de las librerías y el Internet. Resulta que el segundo está acabando con el primero. Amazon reportó el año pasado que vende dos veces más libros electrónicos que libros físicos. De todos los libros que se compraron en el 2010 en el mundo, el diez por ciento fueron digitales. En el 2011, el veinticinco. ¿Qué dirá el 2012? Una de cada diez personas en el mundo tiene una tableta. Nick Sherry, ministro australiano de los negocios pequeños, dijo el año pasado que las librerías se acabarían de acá a cinco años. Las grandes librerías gringas, como Borders o Barnes & Noble, se han aliado con Amazon o han sacado sus propias tabletas para vender. El espectro para las librerías es negro.

Y si uno, que insiste, igual quiere poner una librería, ¿qué diablos hace? El formato de la librería especializada está saturado. Y la librería como tal está desapareciendo. ¿Cómo hace, entonces, para vender un bendito libro? Fácil: pone una librería en un barco que recorre los canales de Londres; y hace conciertos en el techo del barco, y comidas, e invita gente por Facebook. Eso es –y acá termina la sobrecargada introducción de este artículo– Word On The Water, un barco que se convirtió en librería. Y esta es la historia.

Desde octubre de 2010, tres ingleses –todos calvos, todos con barba de una semana, todos blancos como la leche– tomaron un barco de los años veinte traído de Holanda y lo forraron en libros. Hoy en día, no hay sábado que el barco no esté rodeado de gente conversando sus cafés en los meollos del canal, como lo son Broadway Market –al este de la ciudad– o Camden –al norte–. Ahí es donde se parquea Word on the Water, por las dos semanas que les permiten una vez cada dos meses, a vender libros de segunda a precios no muy altos. La colección con la que empezaron no era brillante, acepta Paddy; hoy en día tampoco es del otro mundo, pero la experiencia es lo que venden, y la gente parece comprarla.

Desde que empezó la recesión en el 2008, Paddy se quedó sin su trabajo como maestro de obra y decidió volver el barco que heredó de su abuelo una librería. “Es una historia de la recesión”, dice, “de cuando la crisis económica dispara la imaginación y hace que, paradójicamente, termines teniendo una vida mejor”, cosa que es un hecho. El hombre se despierta a las diez de la mañana, mira por la ventana y ve el agua quieta con el Parque Victoria detrás; hace té y tostadas con mermelada de naranja, y, a las 12, abre el chuzo, que durante la semana no se mueve mucho. Entonces lee en la parte de atrás del barco y oye música clásica a todo volumen. Habla con los clientes, les ofrece té y los invita a que se sienten a leer en los sofás que hay dentro del barco, los cuales, en la noche, se convierten en su cama y la de sus dos colegas, así como en la del gato: Moggy.

Hay una anécdota que vale la pena contar. Las postales y las tarjetas con las que Word on the Water se promociona, repartiéndolas por el canal y en Internet, usan la famosa estética de la editorial Penguin Book, que es originalmente británica pero se ha universalizado hasta ser hoy una gigante multinacional. El familiar pingüino, rodeado por un círculo y con un fondo anaranjado o rojo, fue el motivo de una carta que la editorial envió a los muchachos del barco. Pedían que no copiaran su logo. Y lo señores, más que asustarse, se sintieron halagados y lo volvieron un motivo de chistes y promoción. ¿Qué tan exitoso puede ser un negocio para ser digno de una carta de Penguin Books? En su respuesta, los capitanes del barco le pidieron perdón a la editorial, agradecieron que se tomaran el tiempo de escribirles y recordaron que Penguin es, para ellos, más una inspiración que un enemigo.

Word on the Water ya no es el único barco que vende libros por los canales de Londres. Paddy dice que gracias a la acogida que han tenido, a que empezaron a hacer conciertos en el techo del barco y a que hay muchos desempleados por las calles buscando plan entre semana, el fenómeno del canal, así no se haya prostituido, se ha popularizado entre la gente que vive en Londres. Que así se quede.

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Este artículo fue publicado en nuestra edición impresa N. 15. Algunos de nuestros contenidos aún son exclusivos del papel. Para disfrutar de ellos, te invitamos a suscribirte AQUÍ.

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